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ALLÍ ESTÁ SAN PEDRO (ENTRE PIEDRAS Y ESPINAS)

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¿Por qué será que en Caravelí (Arequipa) San Pedro y San Andrés son envueltos y traídos en arriesgada peregrinación desde sus pueblos, fríos y alejados?

 

¿Por qué será costumbre correr con los santos encima y tener un tiempo preciso para alcanzar territorio de la capital provincial y encender cohetones como señal y símbolo de alegría?

 

¿Por qué todavía hoy seguimos el legado y vemos padecer a cada uno de los cargadores anunciando una fe que no se pierde?

 

La devoción tiene sus propios códigos y lenguajes. Aquí, con San Pedro y el San Andrés que vive en Cahuacho, funcionan el compromiso y el sacrificio de una larga jornada. A sus pies. Cuidando al extremo –mientras corren– el sagrado cargamento, al que han sacado del templo sin rasguños y así tendrá que volver. Para eso ayuda tanto algodón sobre el cuerpo del santo, tantas telas, tantas horas invertidas en fajarlo. Tantos descansos, tantos apuros.

 

Es increíble detenerse ante el alboroto y admirar. Admirar que se hayan quedado hasta tarde ordenando las telas rojas, escarmenando el algodón, limpiando la silla de fierro, armando los collares de quesos, ajíes y platanillos. Deteniéndose para descansar bailando una melodía jocosa y juguetona llamada “Danza de las vacas”, dedicando la noche a limpiar el rostro de San Pedro y luego, paso a paso, empezar a transformarlo.

 

Y transformarlo significa desaparecer la imagen habitual del apóstol, de barba y túnica. Transformarlo significa quedarse frente a un ser momificado, quien deberá ser reconocido solamente por la mitra que han pegado en lo que se supone es su cabeza. A este nuevo personaje, después del desayuno, cargarán sobre la espalda y se lo llevarán, turnándose, más de 75 kilómetros por un camino indescriptible, intransitable, solitario. Un camino que nadie usa, solo ellos, cuando días antes al festejo del Corpus Christi vuelven a Nauquipa, la tierra madre, y escudriñan en sus recuerdos para repetir lo que les enseñaron.

 

Cada parada será un triunfo y sonará el cohete anunciando a quienes escuchan que por estos confines la historia vuelve a escribirse. La misma, la que no ha desaparecido, la de estos varones y mujeres que materializan su devoción corriendo, caminando, padeciendo. La naturaleza puede traerles el olor del alhelí, pero también sus fríos extremos. Nada importa si el objetivo es alcanzar la Capilla de Gentilar antes de las 12 y tener listo al santo para que pasee junto a sus colegas en el día del Corpus Christi.

 

No tengo respuestas. Yo solo sé que no terminé la ruta por mis propios medios. Que un desgarro en la pierna me impidió seguir el ritmo y asumir, para mis adentros, el que San Pedro me dejaba. Asumí también la bondad y solidaridad de tres de sus cargadores, quienes se quedaron conmigo y sobre sus espaldas pude alcanzar la meta. A veces la solidaridad tiene esos colores. Ojalá San Pedro no se haya molestado.

 

CADA PARADA SERÁ UN TRIUNFO Y SONARÁ EL COHETE ANUNCIANDO A QUIENES ESCUCHAN QUE POR ESTOS CONFINES LA HISTORIA VUELVE A ESCRIBIRSE


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